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La exigencia en lo público

Nunca se había fiscalizado tanto la labor de los políticos como ahora. Quizá haya quien piense que es excesivo el foco que se está poniendo sobre sus másteres, trabajos y tesis. A mí me parece un ejercicio muy sano, porque quien no haya hecho nada malo no tiene nada que temer, y quien lo haya hecho tendrá que dar explicaciones y tomar las decisiones oportunas. Porque los políticos tienen que ser ejemplares en lo que compete a su labor pública.

Lo que está claro es que los responsables de este minucioso chequeo -y de que cada palabra que dicen sea analizada al milímetro- son los propios políticos. Si algunos no se hubiesen dedicado a robar, a engañar, a estafar al ciudadano, ahora no estarían sufriendo un control tan exhaustivo y tan sano para la democracia. Si algunos no hubiesen hecho de la política su terreno de juego, un juego sucio que nos perjudica a todos, no hubiésemos llegado a este punto. De aquellos polvos vienen estos lodos.

Como de todo hay que intentar sacar la parte positiva, ésta lo es de toda la porquería que ha salido en los últimos años en la política española. Somos más exigentes, no pasamos ya ni una. Y además, afortunadamente, existen diarios que informan independientemente del color político del gobierno de turno, lo que también nos hace una democracia mejor.

Cuando los políticos entiendan -si es que aún no lo han hecho- que deben ser ejemplares porque están gestionando las instituciones públicas y el dinero de todos los ciudadanos, podremos estar orgullosos de ellos.

Tras la dimisión de Carmen Montón, vuelvo a acordarme de nuevo de los estudiantes -antiguos y actuales- de la Universidad Rey Juan Carlos, esas personas normales -no VIPs- a las que les cuesta un esfuerzo real sacarse una carrera o un máster y que se encuentran, por culpa de los gestores de lo público, con que el valor de su título está por los suelos.

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